Blanco y en botella

 

 

Algún gemido bastante familiar ha llamado mi atención mientras me acomodaba en el balcón de mi habitación de hotel, ordenador en mano y aún, de camino a las doce de la noche, con asuntos de trabajo pendientes.

 

Ahora, ya sentado, vuelvo a oír los gemidos pero se calman de repente como disuadidos por el ruido que hago con la silla y la mesa. Una falsa alarma, pienso, pero a continuación comienzo a escuchar un sonido parecido al de las palmas pero más redondo y hueco.

 

Que aparece y desaparece; que se siente rápido a veces, otras lento; suave o fuerte.

 

Esto a la hora de las brujas, en pleno mes de Julio, en un hotel en la orilla de La Playa de San Juan, solo puede ser lo que parece.

 

Así que espero inquieto algún indicio más claro y cuando estoy a punto de desistir reaparecen los gemidos, esta vez unidos a ese sonido rítmico y hueco del que hablaba.

 

Plas, plas, plas…

 

“Blanco y en botella”

 

Solo puede ser leche.

 

¿Pero cuando?

 

El ritmo va creciendo y cada vez más desinhibidos los desconocidos protagonistas (al menos dos) agitan su habitación como se agita una coctelera a ritmo de salsa.

 

De repente…hace su aparición el primer grito (voz femenina) y entonces parece que va a llegar la calma. Pero no señor, aquí no tienen lugar las eyaculaciones precoces y estamos además ante una amante capaz de experimentar más de un orgasmo o de fingir infinidad de ellos.

 

Luego siguen y siguen; me evado un momento suplantando mentalmente al semental pero vuelvo en mí tras otro grito “¿Cómo coño se hará un viaje astral?” Pienso.

 

Pero lo cierto es que no se me ocurre la forma de viajar fuera de mi cuerpo (sin perder previamente la vida) así que me rindo y vuelvo dentro de la habitación buscando concentración con ese rumor de fondo, el de los sonidos del ¿amor?

 

nueve